Bautizo animal

Me gusta transitar por el camino de la perversión humana, trasgrediendo las fronteras que la mayoría establece para no sucumbir al más allá de la razón, aunque a veces daría lo que fuese por ser un tipo normal, lo confieso. Pero no lo soy . Desde los dieciséis años me dedico en exclusiva a mantener todo tipo de relaciones sexuales de forma profesional, sin distinción de con quien, mientras puedan pagar mis honorarios. Se me da bien; mejor que al resto del gremio. Porque en la ciudad donde ejerzo la prostitución tenemos establecido un gremio de profesionales del sexo, perfectamente organizado y reglado, en el cual es muy complicado ser aceptado y fácilmente ser expulsado. Tenemos normas rígidas y mecanismos de control que garantizan su cumplimiento. Y un alto grado de especialización. Yo, por ejemplo, aunque puedo satisfacer a cualquier cliente, sea hombre, mujer, en solitario o en pareja, me he especializado en mujeres católicas de mediana edad en adelante ¿Por qué?…

Hubo una etapa en mi vida en la que hice el amor totalmente enamorado de la única pareja que tuve. Y fue bonito, mágico si cabe… Pero el enamoramiento se acaba y las caricias cómplices, las palabras de amor sinceras y, a veces alguna lágrima fruto del gozo que solo se alcanza mediante el misticismo del enamoramiento se marchitan y pudren. Luego, la rutina y el óxido hace que lo que antes era terciopelo al tacto se perciba como papel de lija. ¡Y hay de aquellos que hayan caído en la trampa del amor para toda la vida! Sí; los seres humanos no estamos hechos para disfrutar de nuestra sexualidad plena siempre con la misma persona. Y yo lo sé. Y por eso mis clientas me eligen y por eso yo las satisfago como esperan que lo haga. Son pobres mujeres ricas en dinero y posición social. Mujeres cuya religiosidad las ata a una vida de falsedad en torno a rituales que les exige devoción a un credo, a sus maridos y a convencionalismos sociales, sin recibir a cambio ni la más mínima llama de vida que las inflame. Algunas llegan a mí tan agostadas… Siempre bajo recomendación y en casos de extrema necesidad. Porque en el gremio no nos permiten mantener más que un número de clientela fija, para no desbordarnos y ofrecer un mal servicio. En ese sentido soy un privilegiado, al ser el que mantiene el cupo más alto en tanto a número como a la calidad de mi clientela. Honor que me gano durante seis días de la semana, sin faltar nunca a mis obligaciones. Esta mañana, por ejemplo, en contra de lo que suele ser habitual, que es trabajar por las tardes, me he citado con una clienta novicia en un lugar que el gremio mantiene reservado para tal fin. Una señora de alta posición social, de cincuenta y tantos años; varias misas semanales y reuniones de té, clubes de lectura y asuntos varios de beneficencia. Por estricta recomendación, claro. Llevaba en lista de espera seis meses, hasta que el comité de admisiones del gremio le dieron luz verde y un pase especial de tres mañanas a la semana conmigo durante un periodo indefinido, lo que en el argot del oficio denominamos un plan de adelgazamiento especial.

Para la clientela la primera vez suele ser… cómo lo diría… caótica: nervios e incluso algún conato de arrepentimiento. Y esta mañana, con Lucía, la novicia, se cumplió la norma.

La recibí en el apartamento franco. La llevaron los del comité, que también se encargan de establecer coartadas para cubrir cualquier eventualidad no deseada con maridos o esposas suspicaces. En esto jamás hemos tenido ni un solo desliz o error que pudiera comprometer el negocio. Yo llego antes, preparo el ambiente y la escenografía, y a la hora acordada la clienta llega a mí. Y así llegó esta mañana Lucía. Mentiría si dijera que a estas alturas me dejo seducir por algo nuevo, dado que he manejado y manejo todos los registros de bellezas y fealdades. Pero Lucía es de estas mujeres que… digamos que hace que el trabajo sea menos trabajo. Alta, delgada pero sin llegar a lo escuálido, pechos pequeños pero aún firmes, pelo negro, corto y rizado con alguna cana en las sienes haciendo juego con su rostro acerado, sin llegar a tosco; labios finos y ojos color miel, profundamente apagados y tristes… Una belleza perturbadora, que temblaba de los nervios aún cuando su lenguaje corporal pretendía hablarme de una mujer segura de sí misma. La recibí desnudo, porque en la nota de preferencias que todo nuevo cliente cumplimenta la primera vez que requiere nuestros servicios lo había solicitado así. Ella vestía únicamente un largo gabán oscuro. No nos dirigimos ni una sola palabra, también lo había solicitado; no quería escuchar mi voz, al menos hasta que no me fuese posible contenerme… Me miró directamente a los ojos, quería, según lo contratado, que la follase nada más nos viésemos, sin ningún tipo de preliminar. Un deseo de tantos que suelen pedir. Pero yo sé que cuando una mujer pide algo así es porque llega a mí muy reprimida, atada a la desesperación, y lo que busca es romper con esa insania muda que la oprime. Lucía necesitaba, simple y llanamente, aunque no era poco, echar un polvo animal, salvaje, sin presentaciones ni una copita de antes ni cortesías de protocolo. Y le había llegado su oportunidad: debajo del gabán, Lucía al desnudo. Delante de Lucía, yo, desnudo. La cogí de la mano con cierta violencia y la llevé casi a rastras a la habitación, donde la empujé bruscamente contra la pared, dejándola de espaldas a mí. Con pericia hice desaparecer el gabán al tiempo que con mi mano derecha buscaba su sexo que estaba… ¡Dios, a saber los meses o tal vez años que llevaba sin follar la pobre! Y es en estos casos de máxima necesidad donde entra en juego mi don especial. Porque algo ocurre en mí cuando huelo el deseo reprimido en una mujer, que me transforma en otra cosa; en un íncubo…

Lucía había expresado la intención de que respetase su culo virgen. Lo había especificado como condición sine qua non para mantener aquel encuentro y otros posteriores. Le habían hablado de mi falo, una clienta que la había avalado para ser aceptada a su vez como mi clienta. Sabía que mi miembro viril tenía fama de echar para atrás a no pocas ellas y ellos, y en sus ojos había percibido sorpresa cuando lo había visto; mezcla de miedo a que le pudiese hacer daño y a la vez de un enorme deseo de él. Mi falo es un animal a veces…indomable.

Tenía a Lucía inmovilizada, su cuerpo hecho un sanwich entre el mío y la pared, con mi mano derecha haciendo diabluras en su sexo y la izquierda travesuras en sus pezones. No se caía al suelo porque literalmente con la fuerza de empuje de mi cuerpo se lo impedía. Mis labios surcaban su cuello, sabiendo donde posarse para elevar su calentura. Llevé la mano izquierda a su boca, creyendo ella que lo hacía para que lamiese y chupase mis dedos simulando felaciones, pero mi intención, pensada, calculada y a traición, era profanar aquello que había declarado inviolable.

Soy un tipo muy fuerte, y no me costó excesivo trabajo anular su voluntad, aún a pesar de que cuando se dio cuenta de mis intenciones opuso toda la resistencia que podía oponer en su situación. Con mi mano izquierda en su boca para tirar de su cabeza hacia atrás en una maniobra de inmovilización y mi pericia, le separé las piernas lo suficiente para dejar a mi falo el paso franco hacia su culo y violarlo. Pero no os creáis que soy un animal; sé dosificar y hacerlo de modo que sí, duele, pero en un grado que el dolor termina mezclándose con el placer. Y no falla. Lo había visto en sus ojos al verme; Lucía necesitaba un bautizo de sexo animal, y eso solo se puede administrar mediante un acto real no fingido ni negociado. Cierto que intentó morderme la mano llegando a conseguirlo, cierto que vertió alguna lágrima de rabia e impotencia, pero el tránsito de beata a mujer revivida para el sexo duró apenas unos minutos. Sin haberme excedido en el uso de la violencia le metí hasta donde la prudencia era aconsejable el miembro en el culo, sin dejar que se zafase de mí, hasta que noté como su cuerpo dejaba de resistirse y tímidamente se acoplaba motu propio al ritmo de las penetraciones aceptando su bautizo de sexo. Cuando consideré que podía hacerlo sin esperar una reacción violenta de su parte, di por finalizada la penetración, dejándola un tanto descolocada y casi en el suelo si no la llego a sujetar. Era una mujer de trapo en mis brazos. Me miró a los ojos, con los suyos desorbitados, pero con el brillo de esa llama que incendia de ilusión la vida. Su cara acerada era la viva imagen de alguien que acababa de descubrir una verdad universal y redentora. La tumbé al borde de la cama, y ya sin la precaución de no hacerle daño, puse sus piernas sobre mis hombros y la penetré vaginalmente , y, aunque al principio parecía que también por ahí le hacía un poco de daño, se le pusieron los ojos en blanco, sumiéndose en un éxtasis que finalizó cuando eyaculé dentro de ella.

No temí en ningún momento protesta o denuncia alguna de su parte por haberla violado, si se puede usar esa sucia expresión. Más al contrario, pude ver en la paz de su rostro y en su manera de mirarme una enorme felicidad y agradecimiento. Todo lo que sucedió después carece de interés narrativo, en cuanto que entra dentro de mi rutina laboral: un polvo, esta vez sin apartes el en guión, y una nueva clienta en mi lista.

Ahora he quedado con Carmen, la valedora de Lucía para entrar en mi selecto club de mujeres satisfechas sexualmente, esta vez en mi propio apartamento. Carmen es la que puso todo el empeño para que todo lo anteriormente expuesto sucediera; por su amistad y cariño hacia Lucía y por algo más que intuyo…

Quizás, si estoy en lo cierto, y no suelo equivocarme, tendré oportunidad de contaros más adelante hasta dónde se desarrolla mi intuición..

©2020 Gallego Rey

Fotografía de la entrada: Ninocare

6 thoughts on “Bautizo animal

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  1. Reblogged this on Gallego Rey and commented:

    Tenía a Lucía inmovilizada, su cuerpo hecho un sanwich entre el mío y la pared, con mi mano derecha haciendo diabluras en su sexo y la izquierda travesuras en sus pezones. No se caía al suelo porque literalmente con la fuerza de empuje de mi cuerpo se lo impedía. Mis labios surcaban su cuello, sabiendo donde posarse para elevar su calentura. Llevé la mano izquierda a su boca, creyendo ella que lo hacía para que lamiese y chupase mis dedos simulando felaciones, pero mi intención, pensada, calculada y a traición, era profanar aquello que había declarado inviolable.

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    1. Lo tengo abandonado. Y lo cierto es que es un género que no me llama la atención. Creo que es muy limitado en cuanto a desarrollo de historias. Estoy trabajando, para otro proyecto, en una antología de relatos eróticos de finales del XIX que sorprenden por ser explícitos en grado sumo, cuando se suponía que en aquella época el puritanismo era más recalcitrante.
      Saludos, amigo mío.

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  2. He descubierto este blog y me alegra.
    Como sabes yo también escribo sobre esta faceta de la vida que siendo íntima merece sacarla a la luz a través de la literatura,

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